miércoles, 1 de agosto de 2012

Españistán

De aquellos barros estos lodos.... Españistán es una gamberrada. Pero cuidado, es una gamberrada inteligente, hecha desde la información, el análisis crítico, el sentido común y con mucho humor. Aleix Saló no puede negar que es un apasionado de, como mínimo, dos cosas: el Señor de los Anillos y el Manga. Utilizando un grafismo claramente manga, en el que a ratos uno juraría estar viendo a Shin Chan y en el que no faltan los característicos ojos verticales ni la eterna (y tan japonesa) gotita de sudor en la sien, compone una alegoría sobre el desmoronamiento de las esperanzas de cumplir el llamado Estado del Bienestar, al menos en su faceta de derecho a una vivienda. La puesta en escena es relativamente sencilla: primero elabora una metáfora basada en la Tierra Media de Tolkien para separar diversos aspectos de la vida española (proletariado, burocracia, investigación y desarrollo, clero, finanzas) en una serie de aldeas que recorrerá la Compañía del Ajillo, compuesta por Fredo, Samu y Gandolfo (obvia referencia a la Compañía del Anillo, tres de cuyos miembros son Frodo, Sam y Gandalf, en la obra de Tolkien). Con los elementos básicos ya puestos en la coctelera, solo había que añadir un montón de mala leche y agitar. Lo que se sirve en la copa es un cóctel que surge del grito impreso de un autor plenamente identificado con su personaje, un ciudadano medio de alrededor de 25 años, entrampado entre una hipoteca eterna y el desempleo feroz.

Probablemente los dos mayores aciertos de Aleix Saló hayan sido las páginas sin calles (las "calles" son los espacios entre los cuadros de viñeta de un comic más convencional como Tintín o Astérix, por ejemplo) y el simbolismo. Al primero le debe que las páginas respiren muchísimo aire, y menos mal, porque la historia ya es lo bastante agobiante en su contenido como para que también el continente añada su pizca de enclaustramiento. Sin embargo, las viñetas, completamente libres de límites, logran transmitir una sensación de libertarismo muy acorde con el mensaje de la historia. Por otra parte, la clausura entre viñetas se realiza muy suavemente aun sin la ayuda de las calles, sobre todo porque los mordaces textos de los bocadillos no dejan mucho a la imaginación del lector. Más que un ejercicio intelectual, al lector se le pide un ejercicio de identificación.

E identificación es lo que consigue, también acertadamente, con el simbolismo. Los personajes (muy mangas como decíamos antes) huyen del realismo gráfico para imbuirse en el plano simbólico hasta el punto de que la representación humana no se parece en nada a una persona real. Todas las emociones están representadas en base a tres elementos: cejas, boca y dientes (nótese que no dibuja ni una sola nariz y que los ojos son solo dos puntitos). Y no dientes afilados, sino dientes romos, dando a entender que no se muestran con intención de morder, es decir, para mostrar agresividad, sino con intención de expresarse, es decir, para mostrar indignación por las situaciones que los protagonistas viven en su periplo para hallar una vida mejor. No es extraño, por tanto, que un elevadísimo porcentaje de lectores se sienta plenamente identificado con un lenguaje tan universal y a la vez tan elemental como la expresión facial. A lo cual hay que añadir, los que se identifican con el texto, que no serán pocos.

Se trata por tanto de una combinación ganadora: personajes fáciles de identificarse con el lector + historia de rabiosa actualidad y honda preocupación social + grafismo de moda + talento para integrar los anteriores = un bombazo de tomo y lomo. Y sin embargo, hay algo que chirría. El final de la historia de amor entre Fredo y Frida (no lo cuento para no fastidiar a quienes aún no hayan leído esta magnífica historieta) cae, para mi gusto, en una excesiva complacencia. Tengo la fuerte intuición de que se debe a la juventud de Aleix Saló, quien contaba 28 primaveras cuando escribió Españistán; pienso que alguien tan joven, aunque ve el pasado-presente-futuro con una claridad que para sí la quisieran algunos de generaciones anteriores, no quiso darle una vuelta de tuerca definitiva a su ácida crítica social y permitió que sus queridos personajes tuvieran un resquicio por el que escapar al "Pais de la Gominola". Yo le comprendo e incluso creo que habría hecho lo mismo de estar en su lugar, pero la cruda realidad es que no es creíble. Dejémoslo estar como un pequeño rasgo de debilidad que hace al héroe más humano, más cercano.